domingo, 29 de agosto de 2010

Steve.

Steve era el nombre de la mascota de mi mejor amiga, Jessica.
Hoy en la mañana al llegar a la escuela recibí esa noticia, sinceramente me conmovió porque yo quería esa mascota como si fuera mía. Recuerdo aquél día en que la mamá de Jess llegó en su auto a su casa con ese cachorrito; Jess y yo jugábamos en el jardín, y Steve corrió hacia nosotras. Desde ese momento supe que él era la tercera y única pieza que le hacía falta a nuestro clan.
Steve era nuestro mejor amigo, pues aunque no hablaba, sabía que nos entendía y en verdad nos amaba.
Tanto Jess como yo crecimos con él; y como Jess además de ser mi mejor amiga es mi vecina la mayoría del tiempo estábamos juntas y curiosamente siempre tenemos de que hablar.
Desde hace algún tiempo cuando Jess y yo cumplimos 15 años comenzamos a distansearnos un poco por algunas clases y además la escuela. Había ocasiones en las que iba a casa de Jessica y ella aún no llegaba, entonces mientras la esperaba Steve iba conmigo y jugábamos, y si tenía mucha prisa o no me aguantaba las ganas de contar algo que me había pasado, inmediatamente le contaba a Steve y él me escuchaba.
Sinceramente llegó un punto en el que yo ya no sabía si iba a casa de Jessica por ella o Steve. Steve nunca cambió, él siempre fue el mismo, mientras Jess cada día se volvía un poco más insegura de sí misma y disfrutaba imitar a las modelos de revistas. Últimamente se había vuelto fanática de los zapatos, quería vestir a la moda (como nunca antes) se había vuelto ‘plástica’.
Jessica simplemente ya no era ella, había perdido su esencia. Casi sentía que se olvidaba de mi, y eso sinceramente me dolía; pero Steve. Steve seguía ahí. Y esa es la única razón por la cual al momento de enterarme de la muerte de Steve, creía que una parte de mi se había ido para siempre.